Soledad y Arena

Recibo la acometida y muerdo el polvo. Oscuridad. Silencio. El anfiteatro ha quedado mudo. ¿He muerto? No. Sólo estoy conmocionado por la brutalidad del golpe. Soy demasiado viejo para no comprender lo sucedido. Conozco todas estas sensaciones. Las he vivido con anterioridad. El instinto me hace recuperar la verticalidad. Táutalo está cansado. Pese a su juventud, su pecho se hincha y deshincha como el fuelle de una fragua. Ahora me mira con odio, su casco yace en la arena, junto a un charco de sangre. Hago lo propio y arranco el mio de mi testa; una ligera brisa me golpea el rostro...

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